Dejando aparte las creencias de cada uno, no se puede negar que la Semana Santa ha servido de inspiración a alguno de nuestros más grandes poetas para escribir hermosos, profundos y conmovedores versos.
No podemos dejar escapar la ocasión para recordar alguno de estos poemas
Comenzamos el breve repaso con el soneto a Cristo Crucificado, atribuido a distintos autores (entre ellos nombres como Santa Teresa de Avila, Lope de Vega y San Juan de la Cruz) pero de cuya autoría aún no se puede estar seguro, presenta un alma turbada ante la imagen de Cristo en la Cruz, ante sus heridas y ante el sufrimiento que simboliza, pasión que es el centro de la Semana Santa a la que dedicamos esta entrada.
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muevenme tus afrentas y tu muerte.
Muévenme, en fin, tu amor, y en tal manera.
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Así como hay poemas a un solo momento de la Pasión, o a un día, o a un personaje, hay autores que le dedican más de un poema. Es el caso de Gerardo Diego, que dedicó 14 poemas al viacrucis de Jesucristo.
Aquí puedes leer el segundo poema del
viacrucis de Gerardo Diego
Jerusalén arde en fiestas.
Qué tremenda diversión
ver al justo de Sión
cargar con la cruz a cuestas.
Sus espaldas curva, prestas
a tan sobrehumano exceso,
y, olvidándose del peso
que sobre su hombro gravita,
con caridad infinita
imprime en la cruz un beso.
Tú el suplicio y yo el regalo.
Yo la gloria y Tú la afrenta
abrazado a la violenta
carga de una cruz de palo.
Y así, sin un intervalo,
sin una pausa siquiera,
tal vivo mi vida enter
de esa maciza bandera. a
que por mí te has alistado
voluntario abanderado
Los versos anteriores pueden competir con los de un clásico, con Lope de Vega que escribió
14 romances para ser cantados o recitados durante el Viacrucis en esta Semana. Hemos recogido el comienzo del primero de estos romances, el de la despedida entre Jesucristo y su madre
ROMANCE I.
Al despedimiento de Cristo y la Virgen
Los dos más dulces esposos
los dos más tiernos amantes
los mejores madre e hijo
porque son Cristo y su madre.
Tiernamente se despiden;
tanto, que en solo mirarse
parece que entre los dos
se está repartiendo el cáliz.
Hijo, le dice la Virgen
¡ay si pudiera excusarte
esta llorosa partida
que la entrañas me parte!
A morir vas, hijo mío
por el hombre que criasteis,
que ofensas hechas Dios
solo Dios las satisface.
No se dirá por el hombre
quien tal hizo que tal pague,
pues Vos pagáis por él
al precio de vuestra sangre.
Dejadme, Dulce Jesús,
que mil veces os abrace
porque me deis fortaleza
que a tantos dolores baste.
Para llevaros a Egipto
hubo quien me acompañase,
mas para quedar sin Vos
¿quién dejáis que me acompañe?
Aunque un ángel me dejaseis
no es posible consolarme,
que ausencia de un hijo Dios
no puede suplir un ángel.
Siento yo vuestros azotes
porque vuestra tierna carne
como es hecha de la mía
hace también que me alcance.
Vuestra cruz llevo en los hombros
y hay que pasar adelante,
pues si a los vuestros aliento,
aunque soy vuestra, soy madre.
Mirando Cristo a María
las lágrimas venerables,
a la emperatriz del cielo
responde palabras tales:
Y terminamos con un clásico, la Saeta de Antonio Machado y su , también ya clásica, versión musicada por Joan Manuel Serrat