de esa clase de abrazo que se siente
hasta en las uñas de los pies, un salto
mortal hacia la vida, una caricia
incandescente de esas que no duran
pero que queman, algo repentino
y fugaz, un abrazo que podría
darse sin brazos, porque pertenece
a la categoría del conjuro
y no a la escala de los achuchones.
Recibir un abrazo así, de cuandoen cuando, es una prueba irrefutable
de que la vida a veces te regala
argumentos contra la soledad.