lunes, 18 de agosto de 2014

El último demiurgo. Homenaje a Leopoldo María Panero a partir de un artículo de Agustín Pérez Leal.

Cuando en marzo de este año nos abandonó Leopoldo María Panero, este autor maldito, miembro del grupo de los novísimos, recibió todos los homenajes y ocupó todas las páginas que no había recibido en vida. Recluido en un hospital psiquiátrico de Gran Canaria dosificaba sus intervenciones en los medios de comunicación y, cada vez que concedía una entrevista o publicaba nuevos versos suscitaba el interés de sus incondicionales, ávidos de saber de su vida y de su obra. De todas estas intervenciones recomendamos "El poeta detrás de la máscara"; una entrevista concedida a Babylon Magazine.


Con todo, las mejores palabras que he leído al respecto , que conjugan crítica literaria, admiración , información y calidez se las he leído a Agustín Pérez Leal. Aquí puedes leer el artículo completo, pero no podemos resistirnos a reproducir algunos fragmentos

Fue, en palabras de un prestigioso crítico, “el mejor y el peor poeta de su generación”. [...] Poeta, sobre todo, y contra todo. Se llamaba Leopoldo María Panero y murió el pasado 5 de marzo en Las Palmas de Gran Canaria, convertido, con el paso de los años, en el emblema más acabado y tópico del malditismo transgresor. 
Hijo, hermano y sobrino de poetas, mantuvo siempre una problemática relación con sus hermanos. El mayor, Juan Luis, no tuvo empacho en declarar que para él era más importante Octavio Paz que su familia. El menor, Michi, fallecido en 2004, dejó bien claro lo que pensaba del hermano hoy desaparecido: “¡Que lo aguanten los que le leen!”.

Muchos de sus versos de estas últimas décadas, firmados a menudo al alimón con compañeros de manicomio, no son sino balbuceos, improvisaciones, recuelos y fragmentos de poemas sin organizar, o compuestos por piezas inconexas que repiten la consabida rabia y la desesperación extraviada del poeta para reflejarlas mil veces en un salón de espejos sin ventanas, sin puertas, que llevaba ya demasiado tiempo sin ventilar.
Pocos poetas han tenido, como él, un don tan personal y vigoroso desde sus primeros poemas. Pocos, también, habrán gestionado y aprovechado su don peor que él.  Con él se acaban los románticos rancios que quisieron hacer de su vida una obra de arte; los simbolistas decadentes de torre de marfil, absenta y tabú transgredido pour épater les bourgeois; los malditos finiseculares, los bohemios, los extravagantes y aristocráticos modernistas de álbum y misión consular; los perversos e infantiles trasnochados del sexo, las drogas y el rocanrol; los niños góticos de papá, pérgola y tenis; los que corrieron huyendo de la policía franquista hacia un callejón sin salida pero nunca fueron torturados por ser hijos de quien eran… Los demiurgos de salón y los de sanatorio mental para hiperestésicos.

Por mucho que su obra dejase de agrandarse hace ya veinte años largos y todo lo que ha venido después no sea más que morralla con olor a fluidos fecales, podredumbre y naftalina, quedan sus deslumbrantes primeros libros para quien quiera acercarse a ellos. Allí encontrará el lector un poeta irredento que, por mucho que se empeñe la tierra, nunca descansó ni descansará en paz.



Esta familia tan particular, los Panero,  en la que convivían el falangismo, cosmopolitismo,  el progresismo, el malditismo y todos los ísmos que se nos puedan ocurrir inspiró y y protagonizó El desencanto y Después de tantos años, película y  cortometraje de culto para los seguidores de este autor maldito. 





Un mera mera lectura por encima de los títulos de sus poemas no nos deja indiferente y ya nos hace sospechar que estamos ante un poeta atípico: Fumo mucho, demasiado; Himno a Satán; No es tu sexo lo que en el sexo busco; Te mataré mañana, cuando la luna salga... Difícil, pues decidirnos por uno de ellos para ilustrar esta entrada, de modo que nos inclinamos por uno de los tres poemas que forman parte del poemario inédito de L.M. Panero, Rosa enferma, que la editorial Huerga y Fierro facilitaron al suplemento EL Cultural tras la muerte del poeta. 



Lo que promulga el psiquiatra jefe de este manicomio

Ya la página lo dice, qué oscuro es la mortalidad retrasada
Qué terrible la vida que nada sabe del hombre
Porque el hombre se arrodilla sin remedio ante la página llorando
Y escupe contra el hombre
Y dibuja líricamente en un árbol la silueta del colgado antes de colgarse
El temblor oscuro del sepulcro
Que está hecho no para los hombres
Sino sólo para el silencio y la ruina
Y para la buena nueva del desastre
Para el terror gótico de estar vivo como un ángel
Por eso la poesía es el camino de la oruga
Que hablará de mí a los hombres
Cuando esté muerto
Cuando un caballo recorra las páginas
Y anuncie a los hombres la buena nueva
De que ya no estoy solo
En la Santa Compaña del cierzo y del silencio

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