La poesía de Miguel Hernández tiene la particularidad de que nunca nos deja indiferentes, sea por su concepción del amor, sea por su tono familiar, sea por su forma de encarar la dificultad...o sea, como en este caso, por su modernidad al presentarnos situaciones que siguen vigentes a día de hoy.
La situación que plantea este problema no es nueva: las esperanzas que un niño deposita la víspera de la llegada de los Reyes Magos se vienen abajo al día siguiente al contemplar que todo sigue igual, que su pobreza y humildad no se ven modificadas ni ese día ni ningún otro.
70 años después de que Hernández compusiera estos versos, seguimos conmoviéndonos ante su tono y su mensaje, y, más aún, cuando en estos tiempos de terrible crisis la ilusión de muchos niños está en manos de la caridad y la solidaridad. En estos versos Hernández no es ya viento del pueblo: es un huracán que golpea el corazón de quien tiene sensibilidad cuando piensa en la tristeza de esos niños desencantados, desilusionados a quienes la vida hace madurar demasiado deprisa. Disfrutemos, pues, una vez más de los versos del gran poeta, pero pensemos también en la realidad prosaica que nos circunda.
Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.
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Y encontraba los días
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.
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Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.
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Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.
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Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería.
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Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas sin nada,
mis abarcas desiertas.
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Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.
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Toda gente de trono,
toda gente de botas
se rió con encono
de mis abarcas rotas.
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Rabie de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta
y unos hombres de miel.
-
Por el cinco de enero
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía.
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Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desiertas.
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